En el comienzo de una relación, tanto el hombre como la mujer tienen la oportunidad de hacer una gran elección. Ambos tienen la difícil tarea de elegir entre confiar o poner a prueba a la persona que se dice amar.
Desafortunadamente, el proverbio de “confiar, pero verificar” no tiene ningún motivo de ser dentro de las relaciones. Esto es así porque cada prueba implica desconfianza por parte de aquél que pone a prueba al otro. Por otra parte, cuando se inician las pruebas, quien la propone se convierte en el principal facultado para comprobar. Entonces, el segundo, bajo vigilancia constante, se verá obligado a crear muchas excusas para no provocar malos pensamientos.
Si nos dejamos llevar por la vigilancia al ser querido, es muy difícil no llegar demasiado lejos en el juego. “Bueno, te tenemos, ¡bastardo!”. Un juego psicológico en una pareja es sumamente peligroso para el bienestar de una relación.
Así empezamos a minar la relación
Cuando decidimos atrapar a nuestra pareja con las manos en la masa, automáticamente estamos negando cualquier posibilidad de su inocencia. Tenemos que actuar así porque admitir que nuestras parejas son inocentes nos hará ver como unos tontos carentes de razón.
El temor o la desconfianza que nos pudo motivar en un principio ahora se convierte en apuesta con nosotros mismos. En el fervor del juego, es habitual que surja el deseo de estar en lo cierto, esa es nuestra meta. Así, es muy fácil olvidar que en la otra vereda se encuentra nuestro ser amado, ahora presa de nuestra persecución.
El revisor está atrapado por sus propias dudas. Cualquier acto, cualquier buena intención de su pareja se interpretará a través del prisma de estas dudas. Así, el sentimiento espontáneo de regalar un ramo de rosas puede ser visto como una forma de expiar sus pecados. Lo que tenía que ser un motivo de alegría, ahora se convierte en un motivo de cruel tormento psicológico. “Qué cosa tan mala pudo haber hecho como para tener que regalarme un ramo de rosas”, se confirman las sospechas.
Pero, no sólo es la mujer quien juega a este absurdo juego, los hombres también padecen de poca confianza. Un nuevo peinado de la esposa se convierte en la razón de la pregunta: “¿Para quién está tan vestida?”. El enemigo de la duda va dejando explosivos en ambos lados de la relación y sin darnos cuenta le permitimos.
Entonces, ¿confiar o no?
Desconfiar de la pareja no tiene ninguna razón, pero muchas personas lo hacen. Aunque es absurdo, querer controlar y probar debido a las características personales es parte de la naturaleza humana. El hombre se mantiene en constante tensión, haciéndose daño a sí mismo y a la relación, necesita ayuda y apoya. Incluso si pueden existir las condiciones previas para las dudas, siempre deberíamos decidir por la confianza. Es la verdadera demostración de amor, contrariamente a la creencia popular de que los celos son signos de verdadero amor. “Yo confío y amo” es un credo que le permite a cualquier persona mantener la dignidad en todas las circunstancias.
Vivir en confianza ayuda a mantener una comodidad mental de toda la familia y evita la pérdida de tiempo. Muchas veces por jugar a los investigadores terminamos quitándole el tiempo a nuestra familia y eso sí es imperdonable. Lo mejor para los casos de desconfianza y celos es trabajar en aumentar la autoestima, así la duda saldrá volando.
Si la pareja se ve en la tentación de traicionar la confianza, se enfrentará a una difícil elección. Pero, si siempre sintió la desconfianza, es muy posible que dé el paso hacia el “delito”, pues siempre estuvo condenado. Todos sabemos valorar lo que recibimos, por lo que, si confiamos plenamente en nuestra pareja, difícil será que nos traicione.
El poder de la confianza
Además, la credibilidad de la pareja hace avanzar las buenas relaciones en todos los sentidos. Si eres una persona buena, entonces animarás a tu pareja a ser una mejor persona sin necesidad de pedírselo. Es como un niño pequeño, si repetía regularmente que él era un matón, seguramente se portaría mal. Si disfrutas enseñándole buenos valores mientras va creciendo, el niño tratará de ayudar a los demás. Pero incluso si la relación se destruye, es necesario mirar hacia atrás y recordar aquellos buenos momentos. Esos momentos en que la confianza en el otro les permitió mantener la calma y obtener placer de la comunicación.